Ahora que Villarrobledo se ha quedado sin la corrida anunciada a bombo y platillo por la empresa que, cuando menos, ha sido poco cristalina a la hora de suspenderla, dando una impresión de poca seriedad y dejando a los villarrobledenses y a muchos aficionados de la comarca sin un cartel atractivo de verla en directo y a muchísimos más sin poder verla a través de televisión de Castilla La Mancha, permítanme trasladarles conocimientos y vivencias de toreros que han paseado el Chicuelo con orgullo acompañándolo con hombría de bien.
El pasado sábado 1de Abril, la víspera de un esplendoroso Domingo de Ramos y a ocho días del tan taurino Domingo de Resurrección en donde tan de falta echamos de menos a Curro, nos dejó, pidió la venia (algo que se realiza por las cofradías en su Sevilla para hacer estación de penitencia al Consejo de Cofradías) para ir al cielo de los toreros, Rafael Jiménez Castro, Chicuelo, hijo y padre de toreros, que toreó como los ángeles, que fue torero en la plaza y en la calle y, sobre todo, ha sido una persona buena, en el machadiano sentido de la palabra.
A Rafael, el hijo del mítico Manuel Jiménez Chicuelo, lo conocí gracias a Pepín (debo insistir que para los aficionados y los que no lo son, al hablar de toros y toreros, es Martín Vázquez). “Niño, el sábado sin falta en Las Torres –su finca de Sanlúcar La Mayor- a la 1 te espero para comer y echar una partidita de dominó con unos amigos”. Pepín, que gustaba de cocinar –y bien- para los amigos, me quiso dar una sorpresa sabiendo mi militancia currista, había invitado a Curro Romero, a Rafael Chicuelo (menudo cartel entre los tres) a Antonio Lopera, que había sido director de los hoteles Alfonso XIII y Villamagna ( que no son “ la Posá el Peine” precisamente) y que , por la coincidencia de su apellido, debajo de su nombre, en las tarjetas de visita ponía “nada que ver con el presidente del Betis”, y Juan García, el trianero compañero de dominó de Curro, que había sido mozo de espadas de, entre otros, de Manolo Cortés.
La velada fue, es, inolvidable para mí. Las horas, hasta bien entrada la noche, dan para escribir un tratado de felicidad. Pero quiero destacar por el momento, la educación, el saber estar, la opinión mesurada y el rubor que a Rafael (Rafaelito solían llamarle pese a la edad) le subía cuando ensalzaban su toreo. De todas esas cosas me había hablado Pepín tanto de su padre, Manuel Chicuelo, como de Rafael, de los que era partidario y ensalzaba su bondad e inteligencia. Me contó de Manuel que, no mucho antes de morir, se lo encontró en la esquina de Sierpes con la plaza de San Francisco y después del fuerte abrazo le preguntó, “¿Cómo estás? a lo que Manuel respondió, regular tirando a mal”; en ese momento pasó junto a ellos un señor que le preguntó lo mismo a Manuel, a lo que éste respondió “mu bien mu bien, mejor que en mucho tiempo”. Pepín, extrañado, le dijo “maestro, ¿cómo le has dicho eso?, “porque si le digo la verdad, este es de los que son capaces de alegrarse”. Inteligencia se llamaba la figura.
Relacionado con nuestra tierra, deben saber que Pepe Núñez-Cortés, amigo casi conviviente en épocas madrileñas de nuestro paisano Manuel Jiménez Chicuelo II, contaba que éste, tan valiente, tan pundonoroso, que no se dejaba ganar la pelea por nadie, confesaba que al único que temía en competencia en la plaza era a Rafael Jiménez Chicuelo, el hijo al que pidió permiso para ostentar el Chicuelo aun no siendo de la dinastía y al que Manuel le rogó que pusiera el cardinal.
Tuve la satisfacción que, en una de las jornadas del homenaje tan merecido que se hizo a Manuel Jiménez Chicuelo (no olvidemos que fue, además de figura de época, el precursor de la ligazón en las faenas) en el salón de carteles de la Maestranza, poder poner al continuador de la dinastías sevillana, Manuel Jiménez, nieto de Manuel e hijo de Rafael, con Ricardo Sevilla Jiménez, Chicuelo de Albacete, continuador de la dinastía albaceteña. Me consta la empatía entre ambos, que comparto. Ricardo tan admirador de la sevillanía de los Chicuelo, me contaba lo torero de Rafael, al que, ya de banderillero, le dedicó Zabala padre una crónica, por encima de los matadores actuantes por lo torero y lidiador que había estado aquella tarde.
Que, desde ese mencionado cielo de los toreros, junto a su padre, junto a Pepín y a tantos toreros sevillanos nos bendigan con su bondad y nos marquen el buen camino. Amén.