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Bar los Santos, mon amour (te quiero). Por Santos García Catalán

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Jul 1, 2022


En el Bar Los Santos pasé los mejores años de mi vida trabajando incansablemente. Pero feliz. Y, sobre todo, consiguiendo metas.
Y es que cuando uno tiene 18 años, mal tienen que ponerse las cosas para no ser feliz. Eran años buenos, de prosperidad, de trabajo, de alegría (al menos para el que suscribe). En unas Navidades de 1966 arrancamos con este proyecto del Bar Los Santos, donde embarqué a mi familia tras haber cogido experiencia en el Sésamo” y en el “Noche y Día”, otro establecimiento emblemático de la hostelería de nuestro querido Villarrobledo.

Foto entrañable realizada en 1968 en el “Noche y Día”. Están mis padres y mis tíos, Aurora y Juan, además de mis primos Antonio, Tita, Juanito (†) y María José. Mis hermanos Nati y José Joaquín abrazados a nuestra madre. A la izquierda aparece mi amigo Fermín del Prado, que trabajaba entonces con ellos, además de otros dos camareros, Sebastián y Antonio “Cejitas”. Tras marchar nosotros al Bar Los Santos, mis tíos gestionaron el establecimiento algunos años.

Han pasado casi 56 años y Los Santos sigue perenne. Es como esos árboles marcescentes a los que nunca les desaparece la hoja, y siempre está pegada a la rama. Y si caen, es porque florece la nueva hoja y le empuja. Viene a colación esta narración porque mis hermanas -Mari y Nati- se han jubilado.
Han esperado un tiempo antes de cerrar, -porque echar el candado a algo obligado es la muerte segura- y, tras encontrar una inquilina fiable, joven y trabajadora, Los Santos sigue su camino paso a paso. En este local que, como diría el señor Ladislao, (un tío de Gregorio Arroyo, el de las mulas y caballos, un buen cliente de aquellos años): “Desde esta cristalera es como estar en la Puerta del Sol”.

“La Puerta del Sol” en pequeño
Y llevaba razón el muletero de La Parrilla, aunque un tanto exagerada la comparación; aquella zona, en aquellos tiempos, era un hervidero de gentes; de vecinos y de otros pueblos que acudían a realizar las compras diarias. Estaba el mercado de abastos en plena ebullición, los mercadillos se montaban dos días a la semana (uno de verduras y otros alimentos y otra de tejidos, ropas, zapatos y otros enseres).

Mi hermano Miguel Luis y un servidor en plena tarea. Foto de finales de los años 70

Luego llegaba la feria y allí, en esa amplia explanada, se montaban los distintos carruseles y por la noche las atracciones de los Jardinillos. Los Santos era un no parar diario desde las seis de la mañana hasta pasadas la medianoche. Y los fines de semana se daban cita un buen porcentaje de jóvenes para echar la partida al “truque” o al “robin”, incluso alguna partidilla de póker. ¡Qué tiempos!
¡Qué grandeza! -decían mis padres, qué grandes Nati y Santos- por el gran movimiento de clientes que teníamos desde que abrimos aquel 25 de diciembre de 1966. Ellos, acostumbrados a su legendaria carnicería en el puesto número 20 del mercado, (de donde comimos y vivimos, con sencillez, pero sin faltarnos nunca nada de nada), no salían de su asombro por las cajas que se hacían. Pero había que trabajar duro.

Foto de los años 80 con un visitante de lujo como fue el gran Tony Leblanc, que representó una obra de las suyas en el Gran Teatro. Están mis queridos e inolvidables padres; Pilar, mi esposa, mi hijo Santi y mi sobrina Conchi. La foto es del desaparecido Ángel Laguía, que entonces colaboraba conmigo en el periódico La Verdad


Los mariscos y otros aperitivos
Los fines de semana llenábamos una vitrina de marisco que nos suministraban “Los Chemas”, donde no faltaban las nécoras, los percebes, la gamba blanca y roja, y un caldero de mejillones (clóchinas decíamos al estilo valenciano). Además de no sé cuántos kilos de calamares y sepia. Y un plato especial que nos lo quitaban de las manos: la oreja estofada. Y los riñones y landres con ajos tiernos (aquí en Valladolid se dicen mollejas).

Carnét de barman que nos exigían en el sindicato vertical, cuando empecé a trabajar en el inolvidable Bar Sésamo, con mi jefe Alcibiades. Foto de 1961.


Y a diario se vendían mucho las albóndigas, bacalao rebozado y un hígado, con una especie de salsa que sabía a gloria; todo ello se mostraba en una vitrina de la barra, mantenida con agua caliente. Y visto el panorama tan halagüeño tuvimos un tiempo donde servíamos menús en el salón que da a los “Jardinillos”.

La whiskería en el sótano con música de la época.
Luego, pasados los años, montamos una whiskería en el sótano del local; reducido, pero suficiente para que clientes y novietes tomaran los preparados y combinados exóticos que, tanto mi hermano Miguel Luis o yo mismo, (y alguna vez que otra nuestro hermano pequeño, José Joaquín, “Jula” para los amigos nos echaba una mano subiendo y colocando las bebidas en el frigorífico) preparábamos con esmero con el fondo musical de los “Indios Tabajaras”, una música latinoamericana y ritmos brasileños que sonaba a través de los altavoces distribuidos por la techumbre del sótano. Aunque había otros tipos de música, pero se me quedó grabado lo de los Tabajaras.

La whiskería y “Los Cajas”
La whiskería se montó con material “reciclado”, utilizando a medida los taburetes del mostrador del bar que habíamos renovado porque mi padre no quería gastar demasiado en aquella aventura “americana”. Y de ello se encargaron “Los Cajas”, (Joaquín y Pepe, ambos fallecidos) que entonces se dedicaban a los muebles y a la tapicería. El “sistema musical” lo instaló Agustín Pellicer. Luego, con el tiempo, y refiriéndome a “Los Cajas, (que siempre fueron amigos y clientes), vino el doble emparejamiento a través de mi hermano José Joaquín, quién casó con Alicia, tristemente fallecida, y mi hijo Santi que lo hizo con María; ambas, hijas del gran Joaquín (Jopeca).

La nostalgia, la satisfacción y otros caminos
En fin, uno se siente nostálgico, pero a la vez orgulloso de haber trabajado en la hostelería arduamente y con éxito, recordando al tan querido Bar Los Santos desde 1966 hasta 1983, año que abandoné definitivamente el mostrador para seguir otros caminos. La hostelería es una fuente de riqueza espiritual, psicológica y humana. Y da dinerito a quien sabe controlarse. Aunque muy dura de llevar.

56 años de historia
Ahí queda este recuerdo entrañable de mi querido Bar Los Santos; una evocación que comparto con mis hermanos, mis hijos y mis sobrinos; que la mayoría de ellos se criaron en este emblemático bar. Y no olvido a tantos y tantos clientes, la mayoría amigos, que han venido desfilando por Los Santos a través de generaciones. 56 años dan para mucha historia.
P.D. (I): “La historia no hace nada; no posee riquezas inmensas, no pelea batallas. Son los hombres y mujeres, reales, vivos, quienes hacen todo esto”. (Anónimo)

P.D.(II): Aún perdura en la fachada de Los Santos el incombustible y duradero toldo verde y blanco de antaño; y debajo, obra de la nueva inquilina, un recién estrenado logo luminoso que luce de maravilla.

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