Imagen de la remodelación de la Plaza de Ramòn y Cajal. Foto de Manuel Morcillo Fiel.

Siempre que tengo la oportunidad de opinar en cualquier foro sobre algo presuntamente polémico, recuerdo a Mark Twain cuando afirmaba que “es mejor tener la boca cerrada y parecer estúpido, que abrirla y disipar la duda”.
Parece un hecho claro que el peor momento para darle tu opinión a alguien, es cuando nadie te la ha pedido. Pero también es cierto, que para que nuestras opiniones cambien la realidad, es necesario que lleguen al destinatario que tiene la capacidad de cambiarla.
Hace muchos años que aprendí que la crítica, para ser efectiva, debe hacerse a tiempo y que no hay que dejarse llevar por la mala costumbre de criticar sólo después de que los hechos se han consumado, por eso pido a priori disculpas, porque voy a opinar sobre algo que ya ha sido ejecutado, pero lo hago en la convicción de que, al menos, es parcialmente reversible.
Para pronunciarse sobre cuestiones que se han desarrollado a lo largo de un amplio horizonte temporal es imprescindible tener perspectiva. No me atrevería a opinar de lo que voy a hacerlo, si no tuviera esa perspectiva.
Como villarrobledense consorte que soy desde hace 43 años, paso muy frecuentes temporadas en este estupendo pueblo. Durante ese extenso tiempo, he tenido la oportunidad de ver los cambios que ha sufrido, (nunca mejor utilizado este adjetivo), la plaza Ramón y Cajal, la plaza vieja a secas, como yo le digo cuando quedamos allí con la familia para tomar unas cervezas. En el antiguo Hotel Alhambra me hospedé la primera vez que visité el pueblo en 1978 y allí, en el castizo bar Ideal, me tomé mi primera caña en Villarrobledo y empecé a conocer en directo la forma de ser castellano-manchega.
A lo largo de los tiempos, tanto en la cultura griega, como en la romana, musulmana o más recientemente europea occidental, las plazas de las ciudades siempre han tenido vocación de ser el epicentro de la vida pública, un lugar de convivencia donde reunirse, donde festejar, o simplemente donde sentarse a descansar y ver relajadamente el discurrir de la vida cotidiana. Por eso siempre se las ha considerado el lugar más emblemático y que merece una especial consideración y cuidado en la ciudad.
Que la construcción de un aparcamiento subterráneo en la plaza ha condicionado todo su posterior devenir, es un hecho incuestionable. Si esa obra fue una buena decisión, es opinable, pero parece obvio que tal decisión condenaba al entorno a ser un espacio yermo de cualquier tipo de vegetación que armonizara la belleza de la arcada renacentista del ayuntamiento y la nobleza de la fachada oeste de la iglesia de San Blas.
Saber gobernar es saber elegir. En un pueblo con una enorme disponibilidad de amplios solares en un perímetro muy cercano al centro urbano, susceptibles de ser usados para construir aparcamientos, no parece una buena elección hipotecar a muy largo plazo la zona más emblemática de la villa en mor de una pretendida modernidad.
Desde entonces la plaza ha tenido sucesivas remodelaciones, todas ellas con escaso impacto visual y funcional sobre el aspecto previo, lo cual no es extraño, porque como decía sabiamente Albert Einstein “repetir las mismas cosas y pretender que ocurran hechos distintos es propio de personas con poco juicio”.
La última remodelación ha sido condicionada de nuevo por la necesidad de impermeabilizar la superficie de la plaza y solucionar así los problemas de filtración de agua al controvertido aparcamiento subterráneo. Es cierto que dicha remodelación ha podido lograr algunos beneficios como hacer más transitable el recinto a las personas con dificultades de movilidad o facilitar los anclajes para la carpa que tradicionalmente se instala en el Carnaval, pero con el planteamiento urbanístico que se ha dado, los efectos secundarios derivados del tratamiento aplicado son patentes; se ha generado una desproporcionada superficie granítica carente de personalidad y salpicada aleatoriamente de unos bancos, que excepto en los días soleados de inverno o al atardecer en verano, será poco atractiva.
Es posible que algún miembro del consistorio mantenga que con esta remodelación, Villarrobledo dispone un espacio más moderno y adaptado al siglo XXI, pero en mi opinión, con esas curiosas torres de iluminación, más propias de un polideportivo que de una plaza con encanto, de lo que si pueden estar seguros sus promotores, es que todos los visitantes de la plaza vieja quedarán permanentemente deslumbrados.
Juan de Dios Colmenero.